jueves, 26 de febrero de 2009

Arrivederci Roma

Roma. No me salen palabras fácilmente. Es ese sabor agridulce que permanece en el paladar. Creo que volveré, tiene un encanto difícil de explicar: aúna a la perfección sus más hondas raíces que datan de los tiempos del Imperio Romano, hace nada menos que 2800 años, con vestigios y grandes obras de diferentes momentos históricos, algunos para recordar y otros no tanto. Cuántas historias se han vivido en la capital del Mundo Cristiano, cuesta imaginarlo. Y ante todo el esplendor, ante tantas obras de arte, esperan pacientemente cientos, si no miles, de personas que viven bajo el umbral de la pobreza. Vaya frase tan poética para referirnos a los pobres, a los indigentes, a los sintecho, dejémonos de frases bonitas. Esperan a que algún alma caritativa de este mundo individualista se digne a echarles una moneda. Sí, son como los indigentes de cualquier ciudad del mundo. Pero éstos viven al lado del Vaticano, el Cuartel General de la empresa más antigua del mundo. Cuánta hipocresía hay suelta por el mundo. Predicando en favor de la solidaridad, de la comunión de todos los hombres y mujeres (y digo "comunión" sin connotaciones religiosas, no me gusta esa palabra, pero me gustaría menos que traten de apropiársela, como hacen con los valores morales). Sólo palabras, y además, en muchas ocasiones, palabras incoherentes. Pero eso es otro tema. Hoy sólo me voy a compadecer de los miles de personas que se congregaron (nos congregamos) el domingo en la Plaza de San Pedro del Vaticano para escuchar las breves palabras del cabeza de familia, el Papa Benedictus XVI (así suena más burlesco que `Benedicto´). El amigo Ratzinger se dirigió a los presentes en diferentes idiomas, desde una estancia situada en uno de los edificios situados junto a la plaza, a una distancia considerable de los fieles, y de los no tan fieles. No haré ningún comentario respecto al discurso, lo mismo de siempre. Desde luego la experiencia mereció la pena, en un clima tan trascendental medité sobre cuestiones divinas mientras observaba y fotografiaba a toda aquella gente pendiente de que Vendetta mencionara a su orden religiosa o grupo sectarial, agitando banderas y estandartes. No salí del Vaticano con una respuesta, de hecho salí con las mismas preguntas, incluso con algunas reflexiones extraordinarias. ¿Realmente es creíble toda la pantomima cristiana para una persona medianamente razonable? ¿O sencillamente resulta más sencillo creer en un ser superior y no plantearse otras cuestiones? Mi respuesta es obvia, pero por respeto a posibles lectores y a miembros de mi propia familia no seguiré con las críticas a la Iglesia ni al Cristinismo S.A. por hoy. Termino con una nota de humor: "No se permite la entrada a la Basílica de San Pedro a las personas que no estén convenientemente vestidas". Naturalmente lo anterior también es aplicable a personas con piernas desmontables.

1 comentario:

Anarkizta dijo...

Hemos escrito algo parecido, cada uno a su modo y casi al mismo tiempo. La verdad es que es un tema bastante sobercogedor. Resulta difícil entender cómo esta empresa ha llegado tan lejos y sigue teniendo los mismos creyentes de siempre o más con todo esto de la globalización y tal. Lo peor de todo es que los católicos viejos nos tomamos la religión ya a risas y los que ahora sufren la ignorancia que tuvimos nosotros hace 500 años son los negritos de África y gente de otros países de los cuales nos aprovechamos nosotros ahora que creen que poniendo la otra mejilla cuando mueran de malaria o Sida (marca Reg) se sentarán a la derecha del señor y tendrán una vida eterna por haber sido buenas cobay... Digo... personas...